Y después de leer a Enrigue, me dió por escribir este cuento corto. A ver qué les parece... se llama "despertar".
Ciudad de Valladolid de la Nueva España, diciembre de 1809.
El ruido de cientos de mujeres y hombres enardecidos era tal, que enmudecía cualquier intento de grito, voz, reclamo, lamento o incluso pensamiento. Aquellos apabullantes coros, se sumaron al olor nauseabundo del incendio de la pólvora, madera podrida y cuerpos cocinándose. Corrí a mi habitación, desde mi balcón pude ver que la turba estaba ya muy cerca de la casa. Tranqué la puerta con un pesado taburete y pagué los candiles, uno tras uno, suavemente. En la oscuridad y el frío, el miedo confinó en mí cualquier cejo de voluntad, suprimió cualquier reducto de fuerza para poder encontrar una salida en aquél momento. Se ocultaba el sol y el rumor de la revuelta cada vez más cerca, era mas una sentencia que un aviso. Fue entonces cuando sentí pánico y me solté a llorar. Aquella escena me era familiar de algún modo. Supe, de alguna u otra forma, que aquella noche moriría, una vez más. Fue solo cuestión de horas.
Mientras oscurecía, la torva naranja, brillante, se oía y se veía cada vez más cerca de la casa. El clamor que horas antes se percibía unísono y algo lejano, empezó a distinguirse con mayor claridad, pude escuchar -con preocupación- los sonidos de cientos de gritos y disparos. Todos ellos diferentes. Todos ellos llenos de odio, de emoción, de emancipación. Todas ellos completamente irracionales. Se oía -además de reclamos- el crujido de algunas casas que por el fuego empezaban a derrumbarse, perros ladrando con desesperación, el choque de machetes con el empedrado, y -a lo lejos- en segundo plano, percibí escalofriantes, agudos, desesperados y agonizantes llantos. Mucha gente murió.
El ejército, conformado por muchos mestizos, golpeó con furia la puerta. No esperaron respuesta, quemaron aquél pesado portón que por casi por trescientos años había resguardado la entrada de nuestra casa. Penetraron al patio. Gritaron, dispararon. No supe qué pasó en aquél momento con la servidumbre. Mi padre, madre y hermanas estaban fuera de la casa, en la Ciudad de México, desde hacía un par de semanas. En el patio de la casa se oían gritos, muebles quebrándose, tiros. Tardaron tiempo en llegar al cuarto. Tocaron varias veces la puerta, demandando apertura. Yo, cual fantasma, me encontraba sentada en mi cama. Sin responder. Petrificada. El pecho me dolía fuertemente, sentí que me asfixiaba. Pensé en saltar por el balcón pero me daba más miedo morir en la turba que en ese momento pasaba frente al balcón.
Un uniformado, bajo y moreno, enardecido de mirada fue el primero en entrar al cuarto. Inmediatamente entraron más, todos con el mismo aspecto y miradas descompuestas. No preguntaron nada. Quién me mató lo recuerdo perfectamente, recuerdo con claridad sus ojos, su mirada llena de un odio milenario, de una cuenta no saldada. Nos conocíamos desde hace miles de años, nos habíamos visto ya muchas veces, aunque en esa vida fue la primera vez que cruzamos mirada. Tomó un pedazo de la puerta rota y golpeó con furia mi rodilla derecha, rompiéndola. Después la cabeza y se siguió -junto con el resto de los compañeros que lo imitaron- con lo que quedaba de mi cuerpo.
Desperté aterrada, gritando auxilio y tomando aire para salir de una especie de asfixia. Tardé unos momentos en reaccionar, en comprender que todo estaba en silencio, en observar que -aunque era de noche y los soldados cargaban fuego- todo lo veía en gris. Descubrí mi cuerpo en el suelo, masacrado y deforme de los golpes que recibió. Descubrí que la blancura de mi piel contrastaba con un tomo más gris de sangre que aún escurría de mi cabeza, oídos y boca. Ví mis propios ojos abiertos y me eché a llorar. Es una experiencia horrible. La sensación de asfixia volvió en mí de golpe, hasta no poder respirar más, no aguanté mi cuerpo y me desvanecí.
Cuando desperté por segunda vez, con aquella familiar bocanada de aire para salvar la asfixia, tardé unos momentos en darme cuenta de que seguía en el cuarto. Todo seguía en silencio y en tonos grises, solo que esta vez pude ver que los muebles eran distintos. Desconocidos para mí. La ventana del balcón estaba abierta, había sido modificada pero la vista a la calle seguía siendo la misma, aunque la calle también había cambiado. Me dí cuenta de que estaba muerta, de que era mi alma es la que estaba dentro del cuarto. Clamé a Dios hasta cansarme, aunque esperaba ver una luz u oír una voz, nada sucedió. Traté de abrir la puerta pero no pude, traté de salir y gritar por la ventana pero tampoco pude hacerlo. Había algo dentro de mí que me impedía hacerlo, no sabría explicarlo. Lo único que pude abrir fue un ropero, muy parecido al que alguna vez tuve, y en ese momento me desvanecí por segunda ocasión.
Zacatlán del Estado Puebla, México. Noviembre de 1950.
Cuando desperté, vi el cielo azul más hermoso de toda mi vida, apenas alguna nube manchaba el paisaje. Aunque el día estaba soleado, sentí frío y ardor en la piel. Me cobijé con el pequeño chal que mi mamá me había dado por la mañana. Respiré hondo -y con una desesperación que desconocía- un aire más fresco de lo acostumbrado, percibí el envolvente olor del Zempazuchil que provenía de los cultivos al rededor. Me vi en medio de un prado cerca de las cascadas Atmatla, oí claramente cómo caía el agua. Con la tranquilidad, sentí inmensas ganas de llorar, aunque no supe bien por qué. Fue como si por primera vez escuchara una cascada. Me pregunté cuánto tiempo me había estado dormida pues me sentí muy cansada. Me levanté, observé a lo lejos la Iglesia de San Pedro, muy vieja y deteriorada. Seguro me espera mi hermana, pensé. Encontré en mis pies la vereda y empecé a caminar, pero por alguna razón, mi rodilla derecha me dolía más que nunca. No sé porqué será....
FIN
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Novela en curso: Terminé "Vidas perpendiculares" de Enrigue. Me gustó mucho, tanto que este post está inspirado en la novela corta. Después leí "El Contrabajo" de Patrick Süskind, buenísimo pero me lo aventé como en tres horas. Ahora acabo de retomar "Palinuro de México" del Maestro Fernando del Paso.
Escuchando: "Ein Deutsches Requiem" de Johannes Brahms. Dirigido por Karajan, con la Orquesta Filarmónica de Berlín. Conmovedor hasta las cachas.
1 comentario:
¿Y si tu personaje fuera más idiosincrático? La escena está tan bien trabajada, que me gustaría saber algo mas de quien la cuenta. Si esa voz narrativa se esforzara por demostrar que tiene una perspectiva única y original del mundo, el relato sería arrebatador.
Gracias por leer "Vidas...",
Á. E.
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